Desde hace un tiempo a esta parte, apareces por mi casa con dos latas de cerveza y una de fanta de limón.
Llegas con ganas de hablar, me cuentas que no la puedes olvidar, que la has llamado, que ya no es más tu amiga en las redes sociales, que está con otro, me vas actualizando sobre su vida cómo si fuese una más, me explicas sus problemas como si en realidad me importasen y poco a poco vas transformando tu rabia en deseo.
Empiezas buscando mi boca, ya estás cansado de escucharte, me acaricias, me hablas sobre mis pechos y sigues acariciándome, aún no has parado de besarme, y poco a poco vas bajando, llegas dónde otro en tu lugar no quiso llegar, y sabes lo que haces y sigues besándo, acariciando, mordiendo, hasta que no podemos más, hasta que decidimos ser uno, empezamos el baile, los gemidos, los gritos, el extásis.
Y después me toca a mí, te hablo de él, te cuento que he intentado contactarle y no he obtenido más que silencio, indiferencia, te explico que ya no es más mi amigo en las redes sociales, te cuento sus problemas como si en realidad te importasen y voy transformando mi rabia en deseo.
Y volvemos a empezar y estamos horas atrapados en el mismo bucle, danzando, gimiendo, y es cuando el recuerdo no nos deja continuar, que decidimos parar.
Entonces llega el silencio y con él la realidad que tú no eres él y yo no soy ella, aún asi, seguimos callados, volveremos a quedar, pero esta noche es mejor no decirnos nada, es mejor dormir.